lunes, 18 de febrero de 2008

DEMOCRACIA, POLITICA Y RELIGION

DEMOCRACIA, POLÍTICA Y RELIGIÓN
por José Barros Guede
Democracia, política y religión son, históricamente, conceptos, realidades e instituciones interrelacionadas y connaturales al ser humano y a la sociedad cívica, que los líderes y partidos políticos, grupos de presión y politólogos deben considerar y tener presentes si pretenden representar democráticamente al pueblo y gobernar en su nombre; ya que la política es para servir a la democracia, y no la democracia para servir a la política, siendo las religiones creencias, códigos morales y prácticas populares muy arraigadas en las personas de todas las razas, lenguas y naciones del mundo entero.
La actual Constitución española, a pesar de ser laica (“ninguna confesión tendrá carácter estatal”), establece, “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las correspondientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás religiones” (Art. 16, p. 3). Por consiguiente, los políticos tienen la obligación de hacer políticas consecuentes con lo ordenado en la Constitución, sabiendo y conociendo que la religión cristiana católica es la mayoritaria, ayer y hoy, del pueblo español.
La democracia, proveniente de los términos griegos, “demos”, pueblo, y “kratós, gobierno, es el gobierno o poder del pueblo. Tiene su origen en el siglo V a. de C. en las ciudades griegas, especialmente en Atenas, donde alcanza su esplendor con Pericles. Abrahan Lincoln la define, “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” en su discurso político de Gettiysburg, del 19 de noviembre de 1863,
Históricamente, la democracia fue considerada como un sistema político de Gobierno poco fiable, dado que los pobres, no cultivados e ilustrados, podían caer en la demagogia frente a los nobles y ricos. De ahí, el nacimiento y la imposición de las monarquías absolutas como sistema político de las Naciones, Pueblos y Estados. Platón, Aristóteles, Cicerón, Agustín de Hipona y Ortega Gaset eran partidarios de sistema político aristocrático para evitar la posible demagogia de la democracia y el abuso de poder de las monarquías absolutas.
En siglo XVIII, la ciudadanía europea y americana, impulsada por los libres pensadores Hobbes, Locke, Montesquieu, Voltaire y Rouseau y por la revolución industrial, proclama la democracia liberal bajo los principios de libertad, igualdad y fraternidad, dando lugar a la Constitución democrática liberal de Estados Unidos de América de 1876 y a la Revolución Francesa de 1898, que extingue la monarquía absoluta de Francia y establece el Estado político democrático liberal limitado por el sufragio censatario y capacitario de los ciudadanos mayores de edad que paguen impuestos o posean un grado de instrucción.
En España, la primera Constitución, de 19 de marzo de 1812, madre de todas las Constituciones posteriores, españolas y americanas, establece el Estado político democrático liberal limitado, que extingue la monarquía absoluta, ordena la soberanía en la Nación Española e instaura la monarquía moderada parlamentaria hereditaria en la casa Borbón, la división de poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, organiza el territorio español en provincias, municipios y parroquias, estable como religión única la católica y su enseñanza en las escuelas, crea la Hacienda Publica, los Tribunales de Justicia y las Fuerzas Armadas del Ejercito y de la Marina.
En la primera mitad del siglo XX, los Estados políticos democráticos liberales impulsados por el socialismo extienden el sufragio a todos los varones y mujeres mayores de edad. En España, lo establece la Segunda República Española en 1931. Actualmente, el Estado español, según la Constitución de 1978, es “un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores la libertad, la justicia, la igual y el pluralismo político, bajo la soberanía de pueblo español y la forma del monarquía parlamentaria, cuyos diputados del Congreso y del Senado son elegidos por sufragio universal, libre, igual, directo y secreto”( Arts. 1, 68 y 69).
La democracia es directa cuando el pueblo reunido en asamblea delibera, toma acuerdos y los sanciona mediante leyes. Es indirecta o representativa cuando el pueblo elige a sus representantes para que deliberen, tomen acuerdos y los sancionen mediante leyes. En la actualidad, las democracias son casi todas indirectas o representativas, debiendo ser atenuadas y asesoradas por los mecanismos de las democracias semidirectas y participativas.
Es democracia semidirecta cuando el pueblo manifiesta su voluntad a través del plebiscito eligiendo una propuesta mediante el si o el no; a través del referéndum proponiendo la aprobación o modificación de la Constitución, de una ley orgánica o de un tratado internacional; a través de la inactiva popular proponiendo la sanción o derogación de una ley; o a través de la destitución popular proponiendo la revocación del presidente del Gobierno. Es democracia participativa, cuando la democracia representativa o indirecta da parte en la política del Estado a los consejos jurídicos, morales, económicos y sociales, a los recursos judiciales y administrativos, al defensor del pueblo y al diálogo social.
La palabra política, proveniente del griego “políticos, significa ciudadano, civil, término acuñado por Aristóteles en su célebre libro, “Política”, concepto establecido en Atenas, en el siglo V a. C., y ordenado a la ordenación de la vida cívica social. La política de las Naciones, Pueblos y Estados estuvo dirigida por las monarquías absolutas hasta la Constitución de los Estados Unidos de América y hasta la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII; en las cuales residía la soberanía nacional, y el Rey tenía todos los poderes, legislativo, administrativo y judicial. Pero desde la citada fecha, la soberanía de los Reinos y de las Repúblicas reside en la Nación o Pueblo, y los poderes públicos, legislativos, administrativos y judiciales, son constitucionalmente separados en muchos Estados políticos; entre ellos, el Reino de España en la primera Constitución de 1812.
Pues bien, el profesor emérito de la universidad de la Sorbona enseña que la política, en las democracias indirectas o representativas, es para unos “esencialmente una lucha y una contienda que permite asegurar a los individuos y a los grupos que detectan el poder su dominación sobre la sociedad, y al mismo tiempo la adquisición de las ventajas que se desprenden de ello; y para otros es “ un esfuerzo para que reine la paz y la justicia, siendo la misión del poder asegurar el interés general y el bien común contra la opresión de ciertos particulares”.
Para los primeros, la política sirve para que los partidos políticos puedan obtener el poder y los afiliados beneficiarse del mismo manteniendo los privilegios del partido gobernante; en cuyo caso, la democracia está al servicio de la política. Para los segundos, la política es un medio de integración de todos los individuos en la comunidad nacional del Estado político por igual, sin diferencias ni privilegios, para que todos puedan vivir en justicia, paz, armonía y bienestar personal y social; en este caso la política está al servicio de la democracia.
Un refrán enseña, “el gobernado es como un fabricante de flautas y el gobernante es el flautista que las toca”. Los políticos democráticos deben ser los flautistas que sepan tocar las flautas que fábrica el pueblo, siendo sus servidores, capaces de gobernar y ser gobernados, y no sus aprovechados o servidos del pueblo. Las personas que pretenden o acceden a cargos y destinos de responsabilidad política, sin saber o poder gobernarse a sí mismos y a su familia, entiendo, no son los más representativos ni los más idóneos para gobernar democráticamente al pueblo.
En este sentido, Juan Mariana llama democracia “cuando los honores y cargos de un Estado se reparten a la casualidad, sin discernimiento ni elección, y entran todos, buenos y malos, a participar del poder, pero, dice, no deja de ser una gran confusión y temeridad querer igualar a todos aquellos a quien la misma naturaleza o una virtud superior han hecho desiguales” (De Rege, libro I, cap. V). Los partidos políticos deben buscar personas competentes y honestas que sirvan al pueblo haciendo leyes justas y buenas e interpretándolas y aplicándolas correctamente en desarrollo material y espiritual y en bienestar personal y social del pueblo.
La religión, proveniente del latín “religare”, son creencias y sentimientos de religación y dependencia que las personas humanas tienen y sienten de un Ser superior a nosotros, llamado Divinidad, que ha creado el universo, la vida y nos gobierna misteriosamente. Históricamente, la religión es tan antigua como el ser humano, apareciendo de diversas formas y maneras, desde el fetichismo y animismo a las actuales religiones, Hinduismo, Budismo, Shintoismo, Judaísmo, Cristianismo e Islamismo. Hoy día, los ciudadanos religiosos pertenecientes a las religiones citadas son miles de millones de personas, ciudadanos de todas las Naciones, Pueblos y Estados políticos, laicos y confesionales, del mundo entero, que creen y practican sus creencias religiosas.
En España, concretamente, la mayoría absoluta de sus ciudadanos y de la sociedad española son cristianos católicos. La Iglesia católica, actualmente, a pesar de ser el Estado español laico y de la contradicción política que padece por determinados partidos políticos y por ciertos grupos de presión laica hostil, tiene la mayor convocatoria popular de fieles en el culto, sacramentos y predicaciones de sus parroquias y templos, que ningún partido político o grupo de presión laico tiene en sus manifestaciones, mítines y reuniones.
La Religión católica ha sido, a lo largo de su historia, el alma del ser de España tanto en la formación de la Nación española como en su unidad. Ha sido la fuente de nuestras glorias literarias y artísticas, la archivadora de nuestros documentos, la fundadora de nuestras escuelas y universidades, el artífice de nuestros monumentos y de nuestras artes, la unión de los diversos pueblos hispánicos, la colabora del Estado político constitucional y el crisol de los más grades ideales hispánicos en Latino América, promoviendo el idioma castellano y la cultura española.
Hoy día, a pesar de lo dicho por Manuel Azaña en las Cortes Constituyentes de la Segunda República, de que “España ha dejado de ser católica”, y de la contradicción que padece en ciertos sectores políticos y sociales debido a ciertas equivocaciones, errores y malas interpretaciones, la religión católica sigue siendo la mayoritaria, popular y la de mayor arraigo entre españoles. Los colegios católicos de enseñanza escolar son los más acreditados y frecuentados, y las fiestas, calendario y costumbres de la Iglesia católica han arraigado fuertemente en el pueblo español y su obra social y asistencial a personas enfermas, discapacitadas y de la tercera edad es muy considerable.
Los partidos políticos deben tener presentes estos hechos y estas realidades democráticas religiosas cristianas católicas del Pueblo español, si pretenden representarle y gobernarle democráticamente en su nombre; en caso contrario, la democracia no es auténticamente representativa, y su gobierno no es auténticamente democrático, faltando a su principio esencial.
José Barros Guede.
A Coruña, febrero del 2008